martes, 13 de mayo de 2008

Documento: Las ciencias sociales en su contexto historico.

LAS CIENCIAS SOCIALES EN SU CONTEXTO HISTÓRICO
Susana Hintze, Berta Stolio, Graciela Bosch y Guillermo Batista



1. Introducción
El objetivo del presente trabajo es ubicar el momento histórico en el cual surgen las ciencias sociales y señalar, fundamentalmente, algunas de sus características en relación con la situación social en que las distintas corrientes teóricas se constituyen.

Si bien la finalidad perseguida no es epistemológica , se señalarán brevemente, a continuación, algunos aspectos que interesa especialmente destacar, a la vez que se presentarán algunas de las ideas centrales que serán retomadas en el texto.

a. El surgimiento de las ciencias sociales es resultado de los profundos cambios sufridos por las sociedades europeas en los dos últimos siglos. La aparición de nuevas formas de producción (el capitalismo industrial), las modificaciones en el plano político y de las ideas concretadas por la Revolución Francesa, la constitución de nuevas clases sociales, generan transformaciones y tensiones que requieren ser estudiadas científicamente.
b. La preocupación por explicar el funcionamiento de distintas instancias de organización de lo social es asumida por las nacientes ciencias sociales. Construir un objetivo científico demandará a estas disciplinas una ruptura a dos niveles: por un lado, con interpretaciones teológicas sobre el comportamiento de los hombres y, a la vez, ruptura con las pretensiones de elaborar conocimiento social a partir de prejuicios y concepciones de sentido común.
c. Las ciencias sociales procuran ser reconocidas como tales, es decir, como ciencias, ya que, debido a sus características epistemológicas y metodológicas peculiares, no falta quienes le nieguen ese reconocimiento, acusándolas de estar teñidas de un insalvable subjetivismo. La principal dificultad epistemológica de las ciencias sociales radica en que el hombre es, a la vez, sujeto y objeto científico, pero además, este objeto científico es un sujeto consciente, lo cual dificulta las condiciones de descentración que puedan garantizar objetividad a las demostraciones.
Sin embargo, estas dificultades no son exclusivas de las ciencias sociales, ya que se dan también en las ciencias naturales. Por ejemplo, toda la historia de la física es de una descentración que ha reducido al mínimo las deformaciones debidas al papel del investigador (Piaget, 1973).
d. La elaboración de conceptos precisos y rigurosos -pretensión de la que no puede estar exenta ninguna ciencia- es parte constitutiva del desarrollo de estas disciplinas, así como la construcción de métodos de trabajo. Valor, dinero, hecho social, cultura, conducta o función son algunos de estos conceptos. En esta búsqueda, buena parte de la historia inicial de estas disciplinas aparece signada por la particular relación que establecen con las ciencias naturales.
e. En el período analizado, ninguna de ellas dejará de utilizar como modelo el que era ofrecido por las ciencias naturales, más desarrolladas y con procedimientos probados por muchos años más de experiencia.
Las interpretaciones sobre la naturaleza establecida por la mecánica de Newton entusiasmarán a los economistas clásicos, la biología de Darwin servirá de apoyo a las corrientes evolucionistas y los modelos biológicos y físico-químicos estarán presentes en los antropólogos y sociólogos funcionalistas y los economistas neoclásicos.
Las ciencias sociales del siglo siguiente tenderán a generar propuestas teórico-metodológicas que reconocen la especificidad del objeto social como no reductible al de la naturaleza.
f. Es importante señalar, sin embargo, que las influencias fuertes en el sentido de las ciencias naturales hacia las ciencias sociales reconocen también una trayectoria inversa, aunque con menor intensidad: el economista Malthus incidirá en la concepción de Darwin respecto a la supervivencia del más fuerte, elemento de peso en su teoría evolucionista.
g. En cuanto a los problemas metodológicos que afectan a las ciencias sociales, el principal de ellos es la dificultad de experimentación y poder, así, variar a voluntad las condiciones de análisis. Pero este obstáculo metodológico no aparece solamente en las ciencias sociales, pues también se advierten en algunas ciencias naturales, como la astronomía y la geología, en las cuales se presenta la “imposibilidad de actuar a voluntad sobre los objetos de observación cuando éstos están situados a escala superior a los de la acción individual” (Piaget 1973).
f. A su vez, en las distintas ciencias sociales se encuentran perspectivas comunes que cruzan a varias de ellas. El marxismo, por ejemplo, constituye una corriente teórica que involucra tanto la economía como la sociología.

Cabe aclarar que en las páginas siguientes se considerarán sólo cuatro del conjunto mayor de las disciplinas sociales existentes en la actualidad: economía, sociología, antropología y psicología, que fueron seleccionadas en razón de la relevancia de sus desarrollos teórico- metodológicos.*
De acuerdo con el objetivo propuesto, se las abordará en el momento de su surgimiento y evolución inicial. Esto explica que –en función de su desigual aparición temporal- algunos de los análisis se remontarán el siglo XVIII (caso de la economía) y otros se extienden hasta principios del siglo XIX (la psicología y la antropología, sobre todo).
La siguiente exposición respeta el orden cronológico de la constitución de estas ciencias, precedida de un resumen del contexto histórico en el cual tuvo lugar.
En la parte final se incluyen un conjunto de textos que ilustran algunos puntos centrales, pero también –y en mayor medida- otros que presentan el pensamiento de los principales representantes de las ciencias consideradas.

2. El contexto histórico

Las ciencias sociales comprenden una parte importante del mundo en que vivimos. Se les puede encontrar en la administración social, la planificación gubernamental, el cálculo empresarial, la organización de la educación, la salud, el trabajo y los medios de comunicación. Sus marcos de referencia sustituyen, de un modo desigual pero significativo, la influencia de la tradición y la religión.
Ellas pretenden no ser solamente una forma de experimentar el mundo y de hablar acerca de él. Se proponen fundamentalmente ser capaces de producir un conocimiento sistemático sobre la realidad social. Es decir, pretenden ser ciencias.
Aunque la preocupación de los problemas sociales puede remontarse a muchos siglos atrás, las ciencias sociales (con sus objetos de conocimiento definidos y sus planteos metodológicos) recién aparecen a fines del siglo XVIII y preponderantemente en el siglo XIX.
En cambio, el punto de arranque de las ciencias naturales es bastante anterior. Las transformaciones sufridas por la sociedad feudal y el desarrollo de la sociedad capitalista, cuyo comienzo puede ubicarse alrededor del siglo XV en las más importantes ciudades europeas, continúan ininterrumpidamente hasta su florecimiento en el siglo XVII.
La nueva situación que se gesta en este período opera sobre la problemática científica y servirá de telón de fondo a la constitución de las ciencias naturales tal como se las conoce hoy en día. Como señala Geymonat:

“La propia organización nueva del mundo político-económico fue la que impuso originales problemas a la investigación científica, apartándola de las discusiones generales de orden metafísico, para vincularla a cuestiones concretas. Las obras de paz, de guerra, la canalización de los ríos, la construcción de puentes, la excavación de puertos, la erección de fortalezas, el tiro de artillería, ofrecen, a los técnicos, una serie de problemas que no pueden resolverse empíricamente y que exigen necesariamente un planteo teórico […] Una importancia especial adquieren los problemas prácticos planteados para la navegación, en aquella época debían afrontar nuevos viajes, cada vez más extensos, hacia las ricas tierras recientemente descubiertas.” (Geymonat, 1961)

A medida que la sociedad capitalista se afianza, exige, cada vez más, su propio crecimiento, la aplicación técnica de los resultados de la ciencia. El carácter operativo de las ciencias, que se gesta conjuntamente con este proceso, favorece las posibilidades de dominio real sobre la naturaleza, dominio requerido por la necesidad de la burguesía naciente de apropiarse de modo más racional e intensivo del medio natural. (García Orza, 1973)
El desarrollo de la industria necesitaba servicios del pensamiento científico, y los logros alcanzados por este último deben traducirse en técnicas de aplicación. Es así como la industria cuenta ya en el siglo XVIII con un verdadero ejército de técnicos y profesionales al servicio de la producción. Las aplicaciones de los descubrimientos de las ciencias puras (física mecánica) posibilitan la construcción de nuevas herramientas así como el descubrimiento de nuevas técnicas de procesamiento. El constante perfeccionamiento de las máquinas y herramientas permite una transformación radical en los volúmenes de producción requeridos como consecuencia de la aplicación de los mercados internos y del impulso adquirido por los mercados ultramarinos. (García Orza, 1973)
Así como las ciencias naturales son constitutivas del desarrollo de la sociedad capitalista a través de las aplicaciones técnicas derivadas de los avances científicos, a las ciencias sociales les corresponde explicar los cambios que esta forma de sociedad impone a las relaciones que los hombres establecen entre sí.
Como una de las causas de las modificaciones importantes que se produjeron en el período histórico en que se inscribe el surgimiento de las ciencias sociales, es necesario mencionar a la Revolución Industrial, a mediados del siglo XVIII.
La Revolución Industrial no consistió solamente en la incorporación de máquinas y técnicas que sustituyeron al trabajo humano tradicional, sino que fue un modo nuevo de producción, que provocó enormes cambios en la vida social. Para comprender la magnitud de estos cambios hay que tener en cuenta las características de la sociedad europea, para ese entonces.
Hasta 1750, la agricultura fue de gran importancia en toda Europa: en Inglaterra abarcaba el 50 % y en Francia el 75% de la producción, de modo tal que el 80% de la población vivía y trabajaba en el campo. La tierra, dividida en grandes dominios, constituía el signo de la fortuna y el poder. (Rioux, 1971)
La industria era muy limitada, completamente artesanal y con un sistema de fabricación doméstico, los artesanos llevaban a cabo las tareas en sus propios domicilios, con sus mujeres e hijos y proveían a la vez el capital, los instrumentos de producción y su propio trabajo. (Rioux, 1971)
La única producción masiva era la de tejidos, y no por casualidad se convirtió en la industria clave, en la cual tendrían lugar las primeras concentraciones de mando de obra y de capital.
Tanto los hombres como los bienes y capitales, circulaban poco. El único sector que progresó rápidamente fue el gran comercio marítimo, transoceánico y colonial. Los dominios coloniales y el trabajo de los esclavos en las lejanas regiones de América y África favorecieron el enriquecimiento del traficante de metales, del gran propietario y del plantador, y permitieron así la circulación de capitales.

Varios hechos de diversa índole contribuían con su influencia, a los cambios que sobrevendrían a finales de ese siglo:

- Por una parte, un notable crecimiento de la población. En el siglo XVIII se inicia un crecimiento de la población mundial, lo que produce una verdadera revolución demográfica. El número global de habitantes pasa de 700 millones el en año 1750 a 900 en el año 1800. En ello tienen mucho que ver los avances en medicina, así como las mejoras en las condiciones sanitarias que disminuyeron la incidencia de pestes en las ciudades. (Rioux, 1971)
- La Revolución agrícola: la incorporación de nuevas técnicas de producción permitieron pasar de una agricultura de persistencia a una agricultura de mercado. (Rioux, 1971)
- La acumulación de capitales, provenientes, en gran medida, del beneficio que brindaba el dominio colonial. La concentración de mano de obra desocupada, provocada por la pauperización de los campesinos que, debido a las nuevas formas de propiedad y nuevas técnicas de producción agrícola, perdían sus tierras y todas sus pertenencias y deambulaban ofreciendo lo único que les quedaba, su capacidad de trabajo.
-El lugar y el modo de producción. Las actividades industriales comienzan a diferenciarse: el negociante y el fabricante ya no son la misma persona, los trabajadores no trabajan en sus casas con sus propios instrumentos, sino que se reúnen en una gran construcción: la fábrica, situada cerca del lugar de explotación de la materia prima o de las fuentes de energía, como el agua, el bosque, etc.
-La incorporación de nuevas técnicas e invención de máquinas, que revolucionarían la producción, incrementando prodigiosamente el rendimiento.
Los inventos se suceden en pocos años: máquina de hilar, máquina a vapor, telares mecánicos, trilladoras, locomotoras. Un ejemplo de las nuevas condiciones se encuentra en la metalurgia. Hacia 1750 la producción metalúrgica se hallaba en un estado tan primitivo como en la Edad Media.
La pirita de hierro se obtenía en hornos pequeños con carbón vegetal y fuelles a mano. El primer adelanto en la fabricación de hierro fue la introducción de fuelles movidos con máquinas de vapor. Un fuerte impulso en la producción deviene de otra innovación: la inyección de aire a través de hierro maleable. De este modo, sólo en Gran Bretaña la producción de hierro se elevó de 17 mil toneladas en 1750 a 17 millones en 1818 y a 39 millones en 1839.

Pero no sólo nuevas técnicas y grandes inventos permitieron estos cambios, sino también una nueva moral. La búsqueda de beneficio personal ya no es censurada, se valoriza la iniciativa privada, la racionalidad, la libertad individual y el derecho a la igualdad que proclama la Revolución Francesa (1789).
La Revolución Industrial incorpora a la industria, el volumen de la producción; al desarrollo de comercio, una serie de transformaciones que inciden, entonces, no sólo en lo económico, sino también en la concepción que los hombres tienen sobre la sociedad; a una concepción estática de la sociedad se le antepone una que privilegia el cambio y el movimiento, cambio y movimiento que serán interpretados desde las ciencias sociales de muy diversas maneras.
De este modo, las economías pre-industriales son arrojadas al mundo del crecimiento irreversible, bajo el efecto conjugado del llamado de mercado, de la iniciativa individual, de la atracción del beneficio y de las nuevas técnicas.
Esta atracción por aumentar el beneficio crea discriminaciones y explotaciones nuevas, que se amplifican cada vez más, pues el crecimiento es el imperativo absoluto para mantener la tasa de ganancia y responder a las necesidades del mercado, que las revoluciones agrícola y demográfica súbitamente han vuelto exigentes.
Ese mundo vertiginoso de fábricas y talleres, donde impera la consigna de aumentar cada vez más la producción y abaratar su costo, dejará una impresión de horror justificado, pues la preocupación para aumentar la ganancia y la existencia de leyes y disposiciones sociales que le impusieran límites, llevó a crueles abusos, como el trabajo inhumano de mujeres y niños. Un ejemplo de ello lo brinda la ley que, recién en 1822, “redujo” a 12 horas diarias la jornada de trabajo de los niños y limitó el trabajo de mujeres en las galerías de las minas.
Los obreros, privados de lo necesario, se hacinaban en lúgubres viviendas en las periferias de las ciudades. Junto con los expulsados del artesanado y la agricultura (esos miles de campesinos emigrantes echados de sus tierras por las nuevas técnicas agrícolas) sentaron las bases de una nueva clase social, el proletariado moderno, que subrayaba de manera más nítida los conflictos de la sociedad (Malthus, texto Nº 2). Precisamente, son estos conflictos los que motivarán la necesidad de un estudio sistemático de la vida social.
En síntesis, las nuevas formas de desarrollo social, que generaron un campo de hechos que comienzan a ser estudiados por disciplinas particulares, constituyen el escenario en que surgen las ciencias sociales.

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4. La Sociología
Como señala Portantiero, la sociología nace íntimamente ligada a los objetos de estabilidad social de los grupos que controlan políticamente a la sociedad. “Es un pensamiento del orden, del equilibrio, aún cuando sea a la vez la posibilidad de avance en la historia del saber, al establecer, por primera vez, la posibilidad de constituir a la sociedad como objeto de conocimiento.”
Esto implicó una doble ruptura que, como ya se dijo, la sociología realiza con las restantes ciencias sociales: una ruptura con las interpretaciones teológicas del funcionamiento de la sociedad y el comportamiento de los hombres. Pero, a la vez, ruptura con la idea de construir conocimiento social a partir de un sentido común. (Verón, 1969)
De hecho, la familiaridad con el mundo social que lo rodea constituye un obstáculo fundamental que afecta el trabajo sociológico que produce continuamente concepciones ficticias. Para el sociólogo es difícil establecer la separación entre la percepción y la ciencia que, por ejemplo, en el caso de un físico se manifiesta en la diferencia que existe entre su laboratorio y la vida cotidiana. (Bourdieu, 1986)
Por ello, al igual que las disciplinas que se ocupan de la naturaleza, las ciencias sociales asumirán la exigencia de elaborar conceptos precisos y el investigador, “separando lo verificable de lo que es reflexivo o intuitivo, elaborará métodos especiales, aceptados a su problemática, que serían, a la vez, métodos de análisis y verificación”. (Piaget, 1873)

Augusto Comte (1798-1857), usualmente considerado uno de los fundadores de la sociología, imaginó esta ciencia a semejanza de las ciencias naturales; fue quién inventó la palabra sociología, habiendo, en un principio, bautizado a su disciplina como física social.
Comte consideraba que la sociedad debía ser analizada como un organismo y ser estudiada en dos dimensiones: sus condiciones de existencia, su orden (Estática Social) y su movimiento y progreso (Dinámica Social). Orden y progreso que aparecen como ideas básicas de su pensamiento y se constituyen en divisas de la teoría positiva, que adquiere gran importancia en Francia, en la primera década del siglo XIX, momento que es sacudido por luchas sociales producto del sistema industrial, que en este país se impone mas tardíamente que en Inglaterra.
Comte se propone contribuir a poner orden en una situación social que define como anárquica y caótica, mediante la construcción de una ciencia que, en manos de los gobernantes, pudiera reconstruir la unidad del cuerpo social.

Pocos años mas tarde, Karl Marx [...] constituye un discurso opuesto al de la sociología positivista, representada por Comte:
-Frente a Comte que le atribuye a la sociedad una tendencia natural a la estabilidad y el orden, Marx sostuvo que la sociedad capitalista contenía “las semillas de su propia destrucción”.
-De tal modo, en lugar de preocuparse por la estabilidad, pensó a la realidad social como un proceso, poniendo, poniendo énfasis en el cambio que provenía del enfrentamiento entre grupos sociales antagónicos.

-Comte consideraba a la familia como la base de la organización social: una institución de control fundada en “la subordinación natural de la mujer”. Sobre la familia se sostiene el organismo social, superior al organismo individual.
-Marx, en cambio, centró su atención en los grandes agrupamientos sociales: las clases organizadas de acuerdo con la relación que sus integrantes tienen con el proceso de producción. Orientó así su discurso hacia una de estas clases: el proletariado, en cuyas manos consideró que estaba la edificación de una forma superior de organización social, la sociedad socialista.
-Marx pensaba que el cambio es un proceso que abarca todas las instancias de la sociedad y que implica modificaciones abruptas y revolucionarias.
-Comte, en tanto conservador, desarrolló una idea de evolución y programas que suponía que los cambios debían estar contenidos en el orden. Orden y progreso se relacionan estrechamente y se apoyan sobre la base del consenso que asegura la solidaridad de los elementos del sistema social. (Gouldner, 1979)

Cada una de estas perspectivas derivó en campos sociológicos distintos con su propia tradición intelectual, diferenciada tanto teórica como intelectualmente.

La sociología positivista es el antecedente inmediato de lo que se llamó sociología clásica representada en Francia por Emile Durkheim y en Alemania por Max Weber. Esta sociología se convirtió en la sociología universitaria, que alcanzó contemporáneamente su máximo desarrollo en los Estados Unidos.

El período clásico
En Francia, la preocupación por comprender la compleja sociedad industrial es expresada por Durkheim, nacido en 1858 y muerto en la segunda década del siglo XX.
En 1895, Durkheim publica su libro Las reglas del método sociológico, en el que se define la sociología y su objeto, y constituye unos de los textos clásicos de esta disciplina.
Para él, el objeto de la sociología es el estudio de los hechos sociales, el método para estudiarlos es considerarlos como cosas, a partir de esto la sociología puede ser considerada como una ciencia similar al resto de las ramas del conocimiento empírico, expresadas fundamentalmente por las ciencias naturales.
“Un hecho social consiste en toda forma de obrar, de pensar y de sentir que ejerce sobre el individuo una presión exterior. Es decir, los hechos sociales son anteriores y exteriores al individuo, lo obligan a actuar, lo coaccionan en determinada dirección. Se expresan en normas, en leyes, en instituciones que aseguran la tendencia a la buena integración del individuo con la sociedad”.

Durkheim está acentuando la objetividad y exterioridad del mundo social por encima de los individuos concretos al afirmar que existe como un “orden natural”. Esto puede considerarse como una continuación de la tradición positivista a la que se hizo referencia con Comte, si bien en Durkheim hay un rechazo al evolucionismo social de éste.

La sociología de fines del siglo XIX tuvo desarrollos nacionales muy cerrados. Los sociólogos franceses poco sabían lo que producían los alemanes, por ejemplo. Fue también cada vez más institucionalizada en los contextos universitarios de cada país, donde se multiplicaban las cátedras de sociología.
Contemporáneo de Durkheim, el alemán Max Weber (1862-1920) parte de una perspectiva metodológica diferente. Si Durkheim construye el “objeto de la sociología desde la exterioridad y coacción de lo social sobre el individuo, Weber considerará como unidad de análisis a los individuos, precisamente porque son los únicos que pueden albergar fines, intenciones en sus actos. Ambos, sin embargo, se reencontrarán en la consideración de que el sistema de valores juega un papel en el comportamiento humano”.

Weber es un historiador, un científico de lo político a la vez que un sociólogo y esto influirá en sus decisiones, distintas a la de Durkheim.
Para empezar, Weber desarrolla su reflexión sobre lo social en un medio intelectual -en Alemania- en que se está discutiendo el lugar que le corresponde a los estudios sociales en el panorama de las ciencias, expresado en la contraposición entre “ciencias naturales” y “ciencias del espíritu”. Al contrario que Durkheim, quien resuelve el conflicto naturalizando a la sociedad para transformar a la sociología en una ciencia empírica, Weber tratará de zanjar la polémica por una vía opuesta: diseñando un método de tipo histórico comparativo.
Pero hay también otro estímulo que opera sobre Weber. En el momento que madura su obra, en los albores del siglo XX, el peso de la orientación marxista es grande en Alemania y casi inexistente en Francia.
En Weber se encuentra una permanente disputa con el marxismo vulgar de corte economista, predominante en ese momento, al que trata de superar. Este marxismo vulgar suponía que siempre lo económico explicaba el funcionamiento social.

Compartiendo con Marx la preocupación por los orígenes y características del capitalismo, Weber sostiene como factor principal de su génesis una concepción opuesta a la de éste. Si para Marx el acento debe ponerse en las relaciones económicas de producción, Weber planteará que parecidas situaciones económicas se han dado en otras sociedades y en distintas épocas sin que el capitalismo se constituyera como ocurrió en Europa en los siglos XV y XVI.
La razón de ello es que a lo económico se sumó un sistema de valores y de conductas derivadas –la ética protestante- que favorecía en el ámbito individual comportamientos acordes con el espíritu de lucro y las relaciones de mercado propios del capitalismo.
De tal modo, en su libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo, es el sistema de valores de un grupo religioso el factor explicativo por excelencia del origen del capitalismo.
A pesar de sus diferencias entre las teorías de los diversos autores citados (que se han especialmente resaltado), las investigaciones de cualquiera de ellos reconocen, sin embargo, la pertenencia al campo de la ciencia sociológica. Y esto es así porque en todos está presente la preocupación por explicar los acontecimientos sociales a partir de la construcción del sistema de relaciones objetivas en el cual los individuos se encuentran insertos. (Bourdieu y otros, 1986)
La comparación de los pensadores reseñados muestra que: “La polémica de Durkheim contra el psicologismo o el moralismo no es sino el revés del postulado según el cual los hechos sociales tienen una manera de ser constante, una naturaleza que no depende de la arbitrariedad individual y de donde derivan las relaciones necesarias”. Marx no afirmaba otra cosa cuando sostenía “que en la producción social de su existencia los hombres traban relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad” y también Weber afirmaba cuando rechazaba la reducción del sentido cultural de las acciones a las intenciones subjetivas de los actores. Durkheim, que exige del sociólogo que penetre en el mundo social como en un mundo desconocido, reconocía a Marx el mérito de haber roto con la ilusión de la transparencia. “Creemos fecunda la idea de que la vida social debe explicarse no por la concepción que se hacen los que de ellas participan, sino por las causas profundas que escapa a su conciencia”. [De tal modo] “El principio explicativo del fundamento de una organización está muy lejos de que lo suministre la descripción de las actitudes, las opiniones y aspiraciones individuales; en rigor es la captación de la lógica objetiva de la organización lo que proporciona el principio capaz de explicar, precisamente, aquellas actitudes, opiniones y aspiraciones”. (Bourdieu y otros, 1986)
Es este reconocimiento de que los fenómenos sociales no son inmediatamente perceptibles, por más “evidentes” que le parezcan al observador, lo que permite convertir el conocimiento de lo social en un “verdadero objeto científico”. El concepto de “hecho social” o “clase social” es un resultado teóricamente constituido al igual que el del átomo en la física o “evolución” en la biología, y a pesar de sus especificidades, todos ellos tienen en común no ser producto de una percepción ingenua, sino el resultado de un laborioso proceso de construcción en el que teoría, métodos y técnicas se conjugan para dar por resultado conocimiento científico.

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6. Antropología
1- La expansión colonialista y los orígenes de la disciplina
Hacia 1870, Europa comienza una larga etapa de paz que llegaría hasta la Primera Guerra Mundial en 1914. El éxito de impedir las tensiones europeas fue logrado a expensas del resto del mundo, que en aquellos años fue escenario de conquista por parte de las grandes potencias. Para ese entonces, el desarrollo industrial era tal, que si bien en 1870 Gran Bretaña podía ser considerada como la principal potencia económica del mundo, sólo diez años después se encontraba igualada y superada en algunos sectores por Alemania y Estados Unidos. En este enorme crecimiento del sistema económico occidental deben buscarse las causas de la expansión colonial que tendrá características distintas a la llevada a cabo, algunos siglos antes, con el descubrimiento de América. (Lischetti, 1987)
En el último tercio del siglo pasado la producción creció fuertemente sin que hubiera mercados suficientes para absorberla, lo que derivó en una situación conocida como de “crisis de superproducción”. Frente a una Europa cerrada por barreras aduaneras, las potencias comenzaron a buscar en otra parte la salida de sus productos. Junto a ello primaba la necesidad de poseer en exclusividad regiones ricas en materias primas que serían procesadas en las zonas industriales del mundo. (Lischetti, 1987)
Gran Bretaña, en primer lugar, luego Francia, Bélgica, Alemania, Holanda y Portugal participarían en este reparto del globo. A su vez, desde el siglo XV hasta el presente, se encontrarán situaciones coloniales en América, Asia, África y Oceanía.
Si el haber nacido ligada a los objetivos de estabilidad de los grupos dominantes es una característica que la sociología académica comparte con las ciencias sociales en general, tal vez en ningún otro caso esto sea tan claro como en la antropología, cuyo nacimiento definitivo estuvo determinado por la expansión del colonialismo a que se hizo referencia.
Como indica Verón, esto no implica abrir juicio acerca de las actitudes e intenciones de los antropólogos: “en verdad muchos de ellos lucharon duramente por disminuir los males irreparables que estaba produciendo en las culturas sometidas el tipo de contacto establecido con ellas por los asentamientos coloniales. Pero lo cierto es que el impulso final que dio origen a las ciencias antropológicas y permitió reunir en pocas décadas un enorme caudal de información fue dado por los proyectos colonialistas de las grandes potencias capitalistas en expansión”. (Verón, 1969)
Conjuntamente con la expansión del mundo colonial, la dicotomía “primitivo-civilizado” expresará la forma de interpretar la relación de Europa con los colonizados. Un antropólogo de la época definirá a las “sociedades inferiores” como aquellas formadas por seres “primitivos” sumidos en la irracionalidad mágica e incapaces de razonamiento lógico, por lo tanto, individuos cualitativamente distintos del hombre “blanco, occidental y adulto”.
En el último tercio del siglo pasado el evolucionismo brinda desde las ciencias sociales la explicación –y justificación- del proceso colonial.
Apoyado en la biología de Darwin, quien en 1859 publica El origen de las especies, el filósofo inglés Herbert Spencer (1820-1903) desarrolla su concepción de la evolución como ley universal que rige todos los aspectos de la realidad. Spencer, tomando de Darwin el principio de supervivencia del más apto, lo trasladará al campo social para justificar la conquista de un pueblo por otro.
A su vez, ello legitimará a un modelo de sociedad (la capitalista) que se considera como paradigma de la civilización basada en la ciencia y los avances técnico-económicos. Según dice Lischetti (1987), en tiempos de la Revolución Industrial, el criterio de avance en la escala de la evolución es esencialmente tecnológico. Así lo expresa Lewis Morgan (1818 – 1881) en un trabajo de 1877:
“Un principio común de inteligencia puede encontrarse en el salvaje, el bárbaro y el hombre civilizado. En virtud de ello la humanidad ha sido capaz de producir en condiciones semejantes los mismos instrumentos y utensilios, los mismos inventos y construir instituciones semejantes a partir de los mismos gérmenes de pensamiento originales [...] De la punta de flecha que expresa el pensamiento en el cerebro del salvaje, a la punta en mineral de hierro que expresa el más alto grado de inteligencia en el bárbaro y finalmente el ferrocarril que puede ser llamado el triunfo de la civilización”. (Morgan, citado por Lischetti, 1987)
Las poblaciones americanas, africanas y asiáticas sometidas a proceso de colonización constituían el objeto de estudio predominante de los antropólogos del siglo pasado. El continente australiano es también un ejemplo y un caso históricamente importante. Los colonizadores ingleses encontraron allí lo que parecían las culturas más primitivas imaginables: tribus nómades que vivían en el nivel de subsistencia y estaban tecnológicamente en la Edad de Piedra. (Verón, 1963)
En esta definición del campo de estudio entre “lo primitivo y lo civilizado”, “lo desarrollado y lo no desarrollado”, entre “lo occidental y lo no occidental”, la antropología seleccionará el primero de los términos, ese “otro cultural” representado por los pueblos etnográficos. A la inversa, la sociología se ocupará de las sociedades capitalistas europeas que expresan la parte opuesta de la dicotomía, correspondiéndole también a la antropología la preocupación por aquellas partes de la sociedad occidental no incorporadas todavía a los desarrollos capitalistas (comunidades vascas y celtas, por ejemplo).

1.2- Función y cultura
Ya entrado el siglo XX aparece en las ciencias sociales una corriente que fue determinante tanto en el desarrollo de la antropología como de la sociología: el funcionalismo. Uno de sus exponentes es el inglés Alfred Radcliffe-Brown (1881-1955), cuyo pensamiento se acerca al de Durkheim al intentar asimilar el campo de estudio de la antropología al de las ciencias naturales. Para este autor la antropología se ocupa de la “investigación de la naturaleza de la sociedad por medio de la comparación sistemática de distintos tipos prestando atención particular a las formas más simples de las sociedades de los pueblos primitivos, salvajes o preanalfabetos”. Su método debería ser idéntico al de las ciencias naturales, basándose en una observación experimental para establecer generalizaciones inductivas.
Los dos conceptos básicos elaborados por Radcliffe-Brown, los de estructura y función, de los cuales se vale para explicar el comportamiento social, expresan una tenaz persistencia de los modelos de las ciencias naturales en la constitución de las ciencias sociales.

Un pensador importante de esta corriente es el polaco nacido en 1884 y muerto en 1942, Bronislav Malinowski. Siendo un investigador en física y química, se vio obligado por razones de salud a abandonar su laboratorio. La lectura de un famoso libro de antropología de la época despertó su inquietud por estos estudios, llevándolo a Inglaterra y a lugares remotos del mundo, de cuyos habitantes y culturas dio testimonio en numerosos artículos y libros. (Verón, 1969)
Hacia 1920 se generaliza el concepto de cultura y es utilizado efectivamente como herramienta para la comprensión de las pequeñas sociedades tribales a las que los antropólogos dedicaban su atención. Malinowski lo expresaría así: “La tarea más importante de la antropología consiste en el estudio de la función de la cultura”. Para él, el objeto de la antropología será mostrar “la parte que las instituciones tienen en la totalidad de un sistema cultural”
De hecho, a principios del siglo XX, los antropólogos han desarrollado la concepción de que las llamadas culturas primitivas no eran los conjuntos irracionales que suponían sus antecesores y será la escuela funcionalista la que alterará la perspectiva tradicional sobre los primitivos: los seres humanos tienen un repertorio básico de necesidades que son iguales para todos los grupos culturales. Las instituciones, elementos centrales de la sociedad, tienen por función satisfacer estas necesidades. Desde el punto de vista funcional, todas las sociedades son comparables entre sí y, por este cambio, la antropología puede acceder a las leyes universales de la organización social. (Verón, 1969)

Claramente el funcionalismo expresó la necesidad que tenían las administraciones coloniales de conocer –para poder controlar más eficientemente las instituciones locales. Para ello se requiere el análisis de las estructuras sociales indígenas, de las relaciones existentes entre costumbres, instituciones y aspectos culturales. Para lograrlo es necesario vivir entre los indígenas como un miembro más de esa sociedad. El trabajo de campo prolongado y la técnica de la observación participante se constituyen en el instrumento apto para este propósito. (Malinowski, texto Nº 8)

7. Bibliografía3

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- MARX, C. (1974) Obras escogidas, Tomo I, Ed. Progreso, Moscú.
- PIAGET, J. (1973) “La situación de las ciencias del hombre dentro del sistema de las ciencias” en Piaget y otros, Tendencias de la investigación en las ciencias sociales. Alianza, Madrid.
- PORTANTIERO, J. C. (1986) La sociología clásica: Durkheim y Weber, CEAL, Buenos Aires.
- RADCLIFFE-BROWN, A. R. (1986) Estructura y función en la sociedad Primitiva. Planeta-Agostini, Buenos Aires.
- RICARDO, D. (1937) Principio de la economía política y tributación, Claridad, Buenos Aires.
- RIOUX, J. P. (1971) La révolution industrielle (1780-1880), Seuil, París.
- SMITH, A. (1961) La riqueza de las naciones, Aguilar, Madrid.
- STARK, W. (1974) Historia de la economía en su relación con el desarrollo social, F.C.E. México.
- THERBORN, G. (1980) Ciencia, clase y sociedad, Siglo XXI, Madrid.
- VERON, E. (1969) El surgimiento de las ciencias sociales, Siglo Mundo, Nº 43, CEAL, Buenos Aires.
- WATSON, J. B. (1976) El conductismo, Paidós, Buenos Aires.
- REX, J. (1971) Problemas fundamentales de la teoría sociológica, Amorrortu, Buenos Aires.
- WEBER, M. (1975) La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Península, Barcelona.
- ZIERER, O. Y REINOSS, H. (1974) Grandes acontecimientos de la historia, Círculo de lectores, Barcelona.



Fragmentos de texto para lectura complementaria.4

Texto Nº2 Thomas R. Malthus
“Condiciones de la vida de la clase obrera en Inglaterra”, en Ensayo sobre el principio de la población (1798)

La invención de nuevas máquinas y el perfeccionamiento de las que ya se conocían, con el fin de disminuir la mano de obra, han tenido un efecto sorprendente en extender nuestro comercio, y también en atraer trabajadores de todas partes, en particular de los niños para las fábricas de tejidos de algodón. La Providencia, con su inmesa sabiduría ha dispuesto que en esta vida no haya ningún bien que no vaya acompañado de inconvenientes. Existen muchos de estos inconvenientes en las fábricas de tejidos y en otras similares, que son evidentes y que contrarrestan aquel aumento de la población que suele ser, la consecuencia de la abundancia de facilidades para trabajar. En estas fábricas trabaja gran número de niños de corta edad, muchos de ellos procedentes de los asilos de Londres y Westminster, que se transportaban en masa para entregarlos en calidad de aprendices a patronos residentes a muchos cientos de millas de distancia, en donde crecen desconocidos de aquellos que los engendraron y sin protección a que tienen derecho. Esos niños suelen estar encerrados en las salas de trabajo, a veces durante toda la noche. El aire que respiran es insano; se pone poco cuidado en la limpieza y los cambios frecuentes desde una atmósfera densa y caliente a otra más fría, los predispone a las enfermedades, en particular a la fiebre epidémica que se encuentra con tanta frecuencia en esas manufacturas. Es de preguntarse si la sociedad no se perjudica por la manera como se emplean esos niños durante su temprana edad. Cuando termina su aprendizaje suelen ser muy poco fuertes para el trabajo e incapaces de dedicarse a ninguna otra actividad. Las mujeres ignoran los trabajos caseros, tales como coser, hacer punto, etc., que tan indispensables son, para una buena esposa y una buena madre. Esto es una gran desgracia para ellas y para el país como puede verse comparando las familias de los trabajadores del campo con las de los que se emplean en las manufacturas. En las casas de los primeros pueden apreciarse la pulcritud, la limpieza y el bienestar; en la de los segundos, la suciedad, los harapos y la miseria, aun cuando sus salarios sean tal vez el doble que los de aquellos. Hay que añadir la falta de instrucción religiosa y de buenos ejemplos, en los primeros años, y las amistades de todo género que se hacen en tales edificios, no son muy favorables para su futura conducta en la vida.

Texto Nº 8 Bronislaw Malinowski.
“El trabajo de investigación en antropología”, en Los argonautas del pacifico occidental (1922)

El trabajo de campo:
Imagínese que de repente está en tierra, rodeado de todos sus pertrechos, solo en una playa tropical cercana de un pueblo indígena, mientras ve alejarse hasta desaparecer la lancha que lo ha llevado.
Desde que uno instala su residencia en un campamento de la vecindad blanca, de comerciantes o misioneros, no hay otra cosa que hacer que empezar directamente el trabajo de etnógrafo, imagínese. Además, es usted un principiante, sin experiencia previa, sin nada que le guíe ni nadie para ayudarle. Se da el caso de que el hombre blanco está temporalmente ausente, o bien ocupado, o bien que no desea perder tiempo en ayudarle. Eso fue exactamente lo que ocurrió en mi iniciación en el trabajo de campo, en la costa sur de Nueva Guinea. Recuerdo muy bien las largas visitas que rendí a los pobladores durante las primeras semanas y el descorazonamiento y la desesperanza que sentí después de haber fallado rotundamente en los muchos intentos, obstinados pero inútiles, de entrar en contacto con los indígenas o de hacerme con algún material. Tuve períodos de tal desaliento que me encerré a leer novelas como un hombre pueda darse a la bebida en el paroxismo de la depresión y el aburrimiento del trópico.
Imagínese luego haciendo su primera entrada en una aldea, solo o acompañado de un cicerone blanco. Algunos indígenas se agrupaban a su alrededor, sobre todo si huele a tabaco. Otros, los más dignos y de mayor edad, permanecen sentados en sus sitios. Su compañero blanco tiene su propia forma rutinaria de tratar a los indígenas y no entiende nada, ni le importa la manera en que uno, como etnógrafo, se les aproxima. La primera visita le deja con la esperanza de que al volver solo las cosas serán más fáciles. Por lo menos, tales eran mis esperanzas.
Volví a su debido tiempo y pronto reuní a una audiencia a mi alrededor. Cruzamos unos cuantos cumplidos en pidgin-English. Se ofreció tabaco y tomamos contacto así, un primer contacto en una atmósfera de mutua cordialidad. Luego intenté proceder a mis asuntos. En primer lugar, para empezar con temas que no pudieran despertar suspicacia, comencé a hacer tecnología. Unos cuantos indígenas se pusieron a fabricar diversos objetos. Fue fácil observarlos y conseguir los nombres de las herramientas e incluso algunas expresiones técnicas sobre los distintos procedimientos; pero eso fue todo. Debe tenerse en cuenta que el pidgin-English es un instrumento muy imperfecto para expresar las ideas que, antes de adquirir soltura en formular las preguntas y entender las contestaciones, se tiene la desagradable impresión de que nunca se conseguirá completamente la libre comunicación con los indígenas; y en un principio yo fui incapaz de entrar en más detalles o en una conversación explícita con ellos. Sabía que el mejor remedio era ir recogiendo datos concretos, y obrando en consecuencia hice un censo del poblado, tomé nota de las genealogías, levanté planos y registré los términos de parentesco. Pero todo esto quedaba como material muerto que no me permitía avanzar en la comprensión de la mentalidad y el verdadero comportamiento del indígena, ya que no conseguí sacarles a mis interlocutores ninguna interpretación sobre estos puntos, ni pude captar lo que llamaríamos el sentido de la vida tribal. Tampoco avancé un paso en el conocimiento de sus ideas religiosas y mágicas, ni en sus creencias sobre la hechicería y los espíritus, a excepción de unos cuantos datos superficiales del folklore, encima mutilados por el uso forzado del pidgin-English.
La información que recibí por boca de algunos residentes blancos del distrito de cara a mi trabajo fue todavía más desanimadora que todo lo demás. Había hombres que habían vivido allí durante años, con constantes oportunidades de observar a los indígenas y comunicarse con ellos, y que, sin embargo, a duras penas sabían nada que tuviera interés. ¿Cómo podía, pues, confiar en ponerme a su nivel o superarlos en unos cuantos meses o en un año? Además, la forma en que mis informantes blancos hablaban sobre los indígenas y emitían sus puntos de vista era, naturalmente, la de mentes inexpertas y no habituadas a formular sus pensamientos con algún grado de coherencia y precisión. Y en su mayoría, como es de suponer, estaban llenos de prejuicios y opiniones tendenciosas inevitables en el hombre práctico medio, ya sea administrador, misionero, comerciante, opiniones que repugnan a quien busca la objetividad y se esfuerza por tener una visión científica de las cosas. La costumbre de tratar con superioridad y suficiencia lo que para el etnólogo es realmente serio, el escaso valor conferido para lo que él es un tesoro científico –me refiero a la autonomía y las peculiaridades culturales y mentales de los indígenas-, esos tópicos tan frecuentes en los textos de los amateurs, fueron la tónica general que encontré entre los residentes blancos.
De hecho, en mi primer período de investigación en la costa del sur no logré ningún progreso hasta que estuve solo en una zona; y en todo caso, lo que descubrí es donde reside el secreto de un trabajo de campo efectivo. ¿Cuál es, pues, la magia de etnógrafo que le permite captar el espíritu de los indígenas, el auténtico cuadro de la vida tribal? Como es costumbre, solo obtendremos resultados satisfactorios si aplicamos paciencia y sistemáticamente cierto número de reglas de sentido común y los principios científicos demostrados, y nunca mediante el descubrimiento de algún atajo que conduzca a los resultados deseados sin esfuerzo ni problemas. Los principios metodológicos pueden agruparse bajo tres epígrafes principales: ante todo, el estudioso debe albergar propósitos estrictamente científicos y conocer las normas y los criterios de la etnográfica moderna. En segundo lugar, debe colocarse en buenas condiciones para su trabajo, es decir, lo más importante de todo, no vivir con otros blancos, sino entre los indígenas. Por último, tiene que utilizar cierto numero de métodos precisos en orden a recoger, manejar y establecer pruebas.

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